domingo, 17 de junio de 2012




Palmas, un gran potencial inexplorado

Medellín, jun. 13 de 2012 - Agencia de Noticias UN- Colombia es potencia en especies nativas de estas plantas. Sin embargo, se ha enfocado en cultivar las de otras latitudes y ha dejado de lado la investigación de las propias.
Las Arecaceae son plantas que abundan en países como Colombia. De hecho, el país es el más rico en Latinoamérica y el segundo a nivel mundial en esta familia de palmas. Se pueden encontrar a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, lo que da cuenta de su permanencia en el imaginario popular y el uso cotidiano que hacen de estas los habitantes de diferentes zonas rurales.
Son 240 las especies nativas que sirven para dotar a estas comunidades de alimento, diferentes utensilios para la casa, maderas, semillas para artesanías, hamacas, techos, paredes, y aceites. Este último se ha convertido en uno de los motores económicos que crece en el país, pero a partir de una especie extranjera domesticada, con lo cual se han dejado de lado algunas de las nativas, como la palma milpesos.
Para dar un ejemplo, Rodrigo Bernal, investigador del Instituto de Ciencias Naturales (ICN) de la UN en Bogotá, dice: “nosotros importamos miles de toneladas de aceite de oliva todos los años por millones de dólares, pero resulta que tenemos una especie silvestre que crece en los bosques de Colombia y produce un aceite que en propiedades físicas, químicas y organolépticas es comparable al aceite de oliva”.
Son más de cinco millones de dólares los que se podrían invertir, en vez de en el aceite de oliva, en investigar las múltiples propiedades de las palmas nativas y explotarlas en beneficio de la economía nacional.
A escala mundial estas son el tercer conjunto de plantas más importantes después de las hortalizas y los pastos. De hecho, diferentes industrias —como la farmacéutica, la cosmética y la alimenticia— se nutren de esta materia prima.
Otro de los campos promisorios poco explorados es la utilización de esta planta en la generación de energía. La palma milpesos serviría también para la producción de biodiésel, partiendo de la refinación de su aceite natural. Este, además, sería más eficiente que el obtenido de la africana.
En Colombia se han talado múltiples especies nativas y se han sustituido por la palma africana, a tal punto que algunas se han perdido para siempre.
“Pero lo que se tiene que hacer es desarrollar investigación de estas plantas en niveles detallados. Muchas de ellas tienen usos que podrían desempeñar un papel importante en la economía colombiana si nos diéramos a la tarea de desarrollar las perspectivas y de domesticarlas. Además, no nos podemos encasillar en una sola especie. Hay mucha variedad de usos en las plantas nativas que hay que explotar”, asegura el académico.
Agencia de noticias: Universidad Nacional de Colombia 

miércoles, 16 de mayo de 2012

Políticas de identidad


A nivel teórico, los conflictos étnicos que pueden tener características fundamentalistas, identitarias y nacionalistas no encajan fácilmente en los modelos analíticos tradicionales de los estudios de los conflictos o de la sociología del cambio y el desarrollo. Teniendo en cuenta que estos conflictos étnicos se dan a nivel nacional o internacional y son objetos de una homogenización universal como veremos más adelante.

Durante décadas, el llamado paradigma de la "modernización" dominó el pensamiento en las ciencias sociales y, según este punto de vista, el proceso de cambio social va de lo tradicional hacia lo moderno, de lo simple a lo complejo, del "particularismo" al "universalismo". En este marco, los problemas étnicos pertenecen al mundo "particularista" o premoderno, y se dejan de lado en el proceso de modernización. Si se plantean, son considerados como "obstáculos al cambio" o si no como una consecuencia de una "modernización incompleta", y por ende de menor importancia para el teórico. Del mismo modo, las teorías de la "construcción de las naciones" ponen de relieve el carácter global de la transformación de las unidades y lealtades subnacionales en el seno de una entidad política más amplia. Una vez más los problemas étnicos pueden ser considerados como obstáculos en un proceso evolutivo más amplio y que en nuestros días y en materia de relaciones internacionales se refiere conocemos como occidentalización.

Los grupos étnicos, así definidos, también pueden ser considerados como pueblos, naciones, nacionalidades, minorías, tribus, o comunidades, según los distintos contextos y circunstancias. A menudo se identifica a los grupos étnicos en función de sus relaciones con grupos similares y con el Estado. De hecho, muchos conflictos étnicos en el mundo obedecen a problemas surgidos a raíz de los cambios en la posición de un grupo étnico dentro del marco social más amplio. Procedamos ahora a identificar dos tipos de situaciones que suelen producirse en todo el mundo:
Grupos étnicos dentro de un Estado que se autoidentifica como multiétnico o multinacional.
Alguno de los muchos ejemplos que podemos encontrar en el mundo son los de La Rebelión de la India de 1857, como se la conoce en la India o, como algunos historiadores la llaman también, Motín de la India o Rebelión de los Cipayos.

La rebelión de los indios tuvo diversas causas: religiosas, sociales, políticas y económicas. Los cipayos hacía tiempo que venían acumulando animadversiones contra la Compañía Británica de las Indias Orientales, principalmente por las diferencias étnicas entre los oficiales británicos y las tropas indias.
Por otra parte, los indios no veían con buenos ojos la rápida ocupación de territorios por parte de la Compañía y la introducción de costumbres occidentales que dicha ocupación conllevaba, así como las conversiones de indios al cristianismo. Otro agravio fue la ilegalización de ciertas costumbres religiosas, tanto hindúes como musulmanas, las cuales se consideraban poco civilizadas por parte de los británicos. Por ejemplo, los británicos abolieron el matrimonio entre niños, el Sati (la cremación de las viudas en las piras funerales de sus fallecidos esposos) y el infanticidio de las niñas. Muchos de los esfuerzos de la Compañía Británica de las Indias Orientales se veían con desconfianza. Por ejemplo, la primera locomotora que arrancó de Bombay en 1850 se consideraba como un demonio por parte de los hinduistas. No obstante también había reformistas indios, muy notablemente Raja Ram Mohan Roy, que eran la verdadera fuerza detrás de estas reformas.

El sistema judicial, como era de esperarse en un régimen de ocupación extranjera, era injusto para los indios. El llamado Libro Azul que fue presentado ante la Cámara de los Comunes en 1856 y 1857 reveló que a los oficiales británicos se les otorgaba una serie de prerrogativas de apelación al ser acusados de brutalidad o de crímenes contra los indios.

Pero estos sucesos que tiene ya cerca de 150 años de haber ocurrido tienen eco en nuestros días y son  primordiales en  las grandes potencias occidentales y occidentalizadas evocando derechos democráticos que rigen dichas civilizaciones.

Oriente medio y varios países de África  no son la excepción a la universalización de la democracia (ya hemos visto como estos principios han tocado países como Egipto, Libia, entre otros) que son impuesta o tratan de imponer sobre todo los E.U y Europa. Evocando los  principios y derechos de la democracia se han desatado numerosas guerras para la humanización de esos lados del mundo y la consolidación del orden mundial en todo el globo.

Como se entiende en el texto del profesor Giraldo, tenemos como occidentales una posición occidentalizada de las cosas y del deber ser de los sistemas de gobierno y de las libertades del hombre. Es así como muchos de nosotros condenamos ciertas prácticas  que se realizan en diversos países que en nuestra concepción del derecho son injustas e inhumanas.

A medida que los principales conflictos ideológicos del siglo XX se difuminan en el horizonte, los conflictos de identidad y de valores, es decir, los conflictos étnicos de fondo, adquirirán sin duda mayor relevancia es así como La comunidad internacional, y en particular las organizaciones multilaterales de carácter regional y universal deben hacer frente al desafío que plantean los grupos étnicos en conflicto.



CONFLICTO CULTURAL ENTRE ESPÍRITU OBJETIVO Y SUBJETIVO EN SIMMEL

CONFLICTO CULTURAL ENTRE ESPÍRITU OBJETIVO Y SUBJETIVO EN G. SIMMEL


  
Introducción

En este trabajo se pretende desarrollar, teniendo en cuenta que no pocos autores han destacado a Simmel como uno de los pensadores  característicos de la modernidad, y esto porque sus reflexiones han atravesado con su  influencia gran parte del pensamiento del siglo XX. Esta trascendencia de las ideas de  Simmel se debe, como ya hemos discutido en clase, a que expresan genialmente la inquietud de  la modernidad, a saber: el destino de la cultura occidental, su expansión y  transformaciones, y su repercusión en la fibra íntima de la sociedad; los individuos. De aquí que se plantee la importancia que tiene la cultura en la teoría de Simmel.
Simmel desarrolló una particular visión respecto a las transformaciones culturales que lo llevó a plantearse en términos críticos el optimismo cultural de la Ilustración, mucho antes que corrientes filosóficas como la Escuela de Fráncfort. Para comprender la visión cultural es necesario partir desde una revisión de lo que Simmel entendió como cultura.



CONFLICTO CULTURAL ENTRE ESPÍRITU OBJETIVO Y SUBJETICO EN SIMMEL

La desazón por la libertad del espíritu individual en la sociedad fue un tema reiterado de los primeros filósofos de la modernidad, así, ya Rousseau, Kant y Hegel entre otros, se habían planteado el problema de la incorporación del sujeto en una espiritualidad más alta, colectiva, comunitaria. Esta adhesión, para nada sencilla, era afrontada con el pensamiento romántico de la época que vio nacer en él, una y otra vez, los intentos filosóficos que buscaban ensalzar un individuo-sujeto que conservara la consolidación de los ideales progresistas del iluminismo occidental.

En un primer lugar, podríamos decir que para Simmel la cultura puede definirse por el acto de cultivar pero no tanto en su sentido natural, es decir, en el desenvolvimiento causal de fuerzas que habitan en el interior de un ser determinado (como sería por ejemplo el caso de las plantas) sino que, entendiendo cultivar como la antesala de la consumación de un Ser, tanto de su núcleo interno como de las interacciones con nuevas injerencias teleológicas con las que éste entra en contacto, con las que el Ser se expone y se altera. De acuerdo a esto, la cultura debe ser entendida también como una consumación del hombre, pero no cualquier consumación, sino aquella que sirve como medio para la formación de una unidad global anímica y juntamente para el desarrollo de la totalidad interna.

Esta idea primaria de cultura, que reúne tanto al sujeto como al objeto (lo que lo rodea, su exterior), que engloba interioridad y exterioridad, puede, no obstante, separar, a juicio de Simmel, en una doble expresión de la cultura, la de cultura objetiva y la de cultura subjetiva. Por cultura objetiva Simmel entenderá aquellas manifestaciones que las personas han producido, lo que Mannheim “llama las regulaciones y organizaciones, que con lo cultural se nos suelen presentar como instituciones”, mientras que por cultura subjetiva se referirá a “la capacidad del actor para producir, absorber y controlar los elementos de la cultura objetiva para si”. Es en la relación histórico-social que establecerán estas dos formas de la cultura, precisamente, donde se experimentará la tensión y el conflicto, puesto que si bien la vida engendra ciertas estructuras en las que encuentra expresión, en concreto, las formas de su consumación y manifestación , estos productos de los procesos de la vida disponen, desde el instante de su surgimiento, una existencia propia y ajena al ritmo de la vida del individuo, desarrollando entonces una lógica, una regularidad, una cierta rigidez e independencia muy alejadas de la dinámica espiritual que las creó.

Vemos que en el desarrollo de la cultura objetiva, producto del cultivo individual, se da una separación con respecto al propio individuo que termina finalmente por trascenderle y que guía a un desarrollo histórico que va en dirección de diferenciar cada vez más las realizaciones culturales objetivamente creadoras, de la situación cultural de los individuos. En esta diferenciación progresiva se fundan las grandes disonancias de la vida moderna, puesto que el acelerado y continuo desarrollo del espíritu objetivo encarnado en las formas culturales termina por asfixiar al individuo al hacer más limitada su capacidad para utilizar este material para el cultivo personal.

Basta tan solo mirar a nuestro alrededor para comprender hoy mucho mejor la preocupación simmeliana por la cultura subjetiva y su futuro; programas computacionales y tecnología de punta que invaden nuestra vida diaria, multiplicación de flujos de información y comunicación que traspasan las barreras espaciotemporales, aumento de los procedimientos burocráticos- legales de control y administración de lo social en la vida cotidiana, etc., nos permiten comprender cómo, al enfrentar lo social, el individuo tiene cada vez una menor posibilidad de cuestionarse los objetos que lo rodean y su funcionamiento y cómo este desconocimiento no sólo se da con respecto a los elementos que nos rodean; “las resistencias que lo moderno opone al natural impulso productivo del hombre están en una mala relación para con sus fuerzas”,  también nuestra vida espiritual, interna y comunicativa está llena de construcciones simbólicas en las que hay almacenada una espiritualidad enorme, de la cual el espíritu individual no hace sino aprovechar una mínima parte. Así, a través de una producción constante de nuevas formas culturales se va manifestando la vida, pero ésta no se puede expresar a no ser en formas que son y significan algo por sí, independientemente de ella, de tal modo se forja la contradicción “auténtica y continua” de la “tragedia de la cultura” moderna.

Los bienes que el hombre va creando constantemente -en crecimiento ascendente- le dejan de ser útiles puesto que al convertirse en algo meramente objetivo, en algo existente y dado de un modo real, el individuo, el Yo, ya no los puede abarcar y captar, es decir, la aparente interiorización que la cultura nos promete lleva siempre aparejada, en realidad, una especie de autoenajenación. Los escritos de Simmel se entiende más bien que el desarrollo del espíritu subjetivo de la cultura puede lograrse sólo si reconoce, asume y hace propio lo que encarnan las objetivaciones culturales, condición que puede alcanzar si le resultan reconocibles y afines. El destino de la cultura moderna está, entonces, abierto a la oportunidad de prevalecencia de la cultura subjetiva, en una aparente dialéctica que no necesariamente encuentra su síntesis en el ocaso inevitable y agónico de una sumisión progresiva del espíritu subjetivo en la cultura objetiva.

El conflicto entre el espíritu objetivo, (impersonal y general) y el espíritu subjetivo (en su especificidad), es aquel al que sólo la ciudad puede dar lugar; porque, como bien se ha señalado, el proceso de objetivación descrito por Simmel ocurre en “un contexto específico, pero da cuenta del fenómeno que está al centro de la condición moderna, cual es el encuentro violento entre el mundo interno del individuo y el mundo externo” (Palacios 2005), encuentro que es imposible concebir  fuera de las grandes urbes modernas que constituyen la consagración de los procesos de industrialización y los ideales de progreso de la modernidad. De aquí que para Simmel la esencia de la modernidad está en la interpretación de la experiencia y la incorporación realizada por el individuo del flujo y ritmo del mundo externo y con ello, la experiencia de la modernidad se vuelve presente inmediato; el habitante de la gran ciudad ya no puede escapar de ella ni posponerla porque la ha incorporado a su respiración. <El trazo magistral en su descripción consiste en que expresa el aislamiento sin esperanza de los hombres en sus intereses privados>.

La observación de Simmel le permitió observar como la vida citadina se caracteriza por un tipo de individualidad urbanita acechada por un acrecentamiento nervioso producto de los rápidos e ininterrumpidos intercambios de impresiones internas y externas a los que el individuo se ve expuesto. Ante estos múltiples y veloces estímulos sensoriales que lo afectan el urbanita “se crea un órgano de defensa que remite al entendimiento y, por ende, a la conciencia, es decir, al desarrollo de un preservativo de la vida subjetiva frente a la violencia de la gran ciudad. “El Flaneur es para Poe sobre todo ése que en su propia sociedad no se siente seguro”. De aquí se deriva un “fenómeno anímico” constituyente de la vida urbana, a saber, la indolencia. Esta última es consecuencia también de los diversos estímulos nerviosos que “se mudan rápidamente y se apiñan en sus opuestos” ante los cuales se produce un embotamiento y las cosas se terminan percibiendo como nulas, opacas. Este sentimiento sería el fiel reflejo subjetivo de la economía monetaria completamente triunfante, puesto que es el dinero el que opera socavando el valor específico. Esta indolencia no sólo termina por desvalorizar todo el mundo objetivo sino que también la propia personalidad. Además es este “apartamiento indolente” una de las principales formas de socialización dadas en la urbe moderna. <en el mercado del trabajo intelectual aparecen mas hombres de los que necesita la sociedad para sus funciones intelectuales. Pero la verdadera importancia de este exceso no esta solo en la desvalorización de las profesiones espirituales, sino en la desvalorización del espíritu mismo en la opinión publica>.  Según Benjamin, el exceso de oferta de intelectuales  hace caer el valor de los intelectuales y del espíritu del mismo.

Llegados a este punto crucial de la caracterización del urbanita realizada por Simmel, nuevamente encontramos similitudes con la lectura del paseante urbano que, desde Baudelaire, realiza W. Benjamin “el flaneur, el paseante en la multitud, va de un anaquel a otro, sin comprar nada, el bazar es su última comarca. Es un “abandonado en la multitud. Y es así como comparte la situación de las mercancías le penetra venturosamente como estupefacción que le compensa de muchas humillaciones. La ebriedad a la que se entrega el flaneur es la de la mercancía arrebatada por la rugiente corriente de los compradores. En los tiempos florecientes del Segundo Imperio los comercios de las calles no serraban antes de las diez de la noche. Era el esplendor del noctambulismo. <El hombre>, escribió Delvau en el capitulo de sus Heures parisiennes dedicado a la segunda hora después de media noche, <debe descansar de cuanto en cuanto; pero no tiene derecho a dormir>”.   

Esta descripción de Benjamin es crucial puesto que  nos muestra una nueva arista de la vida urbana y del hombre moderno, a saber, los pasajes comerciales como símbolo del mundo de la mercancía, del capitalismo en la época del consumo de masas, de la mercancía y su valor fantasmagórico desde la perspectiva ya del consumo y no de la producción. Este vuelco es trascendental y constituye otra característica más que se le debe a la obra de Simmel que, con anterioridad a Benjamin, produce un verdadero cambio de paradigma, fundamental y significativo para un análisis distinto de la modernidad y el papel que en esta juega la economía monetaria: El secreto del fetichismo de la mercancía ya no reside, como en Marx, en la esfera de la producción, sino que se traslada a la del consumo. Ya no se trata tanto de la alienación del individuo en el trabajo sino de analizar la alienación producida por el consumo masivo de mercancías. El fetichismo de la mercancía se traslada desde el productor al consumidor.

De esta manera, vemos como Simmel fue también visionario al trasladar la preocupación de la investigación teórica y empírica a la esfera del consumo como eje central de la economía monetaria, su consagración en la gran ciudad y su posterior expansión a través de los distintos recursos tecnológicos y de comunicación masiva, dotando de una actualidad evidente sus planteamientos. Así, el proceso de objetivación de la cultura y los valores personales se completa, con la movilidad impersonal e independiente de las mercancías, que alcanza su apogeo en las máquinas expendedoras y en las tiendas.

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Salvador Mas Torres. Simmel o la autoconsciencia de la modernidad.
G, Simmel. De la esencia de la cultura.
Mannheim, Karl. El hombre y la sociedad en época de crisis.
Benjamin, Walter. Poesía y capitalismo, ilusiones II